Medida para la muerte by Clifford Witting

Medida para la muerte by Clifford Witting

autor:Clifford Witting [Witting, Clifford]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1951-01-01T05:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

EL ESPANTAPÁJAROS DE LA LEY

No debemos hacer un espantapájaros de la ley,

poniéndola a asustar a los pájaros de presa,

y dejándola mantener una forma, hasta que la costumbre

la haga apoyo y no terror de ellas.

Acto II, escena 1a.

XII

Porque esto es lo más de su peregrinaje.

Acto II, escena 1a.

EN LA HABITACIÓN del inspector Charlton, en el Departamento de Policía de Lulverton, sólo dos ruidos rompieron el silencio del alba: el suave sonido del gas y los ocasionales murmullos del sargento de detectives Martin, quien, con los pies sobre el escritorio de su jefe, echado hacia atrás en una silla, contaba y recontaba las cifras en su libreta de gastos, llegando siempre a un resultado distinto. Estaba a la mitad de la columna de chelines, en su quinta tentativa, cuando sonó el timbre del teléfono.

—Un momento, por favor —murmuró cortésmente, y, también cortésmente, el timbre se paró—. Ocho, nueve, doce, trece, quince… —La campanilla insistió, pero Martin se acercaba al final y no atendió. — Dieciséis y dos son dieciocho, diecinueve… —Una sostenida llamada demandaba instantánea atención. — Diecinueve…, ¿o eran dieciocho? ¡Bueno, basta!

Quitó los pies del escritorio y tomó el teléfono.

—Oficina del inspector Charlton. Sí, Harrison… ¡Demonios!… Está bien, bajaré y hablaré con ella.

El sargento había hecho sentar a la señora Mudge y le había alcanzado un vaso de agua. Ella estaba pálida y temblorosa, pero locuaz.

—¡Hola, señora Mudge!—saludó Martin—. ¿Qué me ha dicho el sargento Harrison?

—¡Oh, señor Martin, se trata del señor Tudor! Acabo de encontrarlo asesinado en el Pequeño Teatro. Está echado sobre el escritorio, con un puñal en la espalda. Me asusté increíblemente. ¡Era un caballero tan simpático! Yo acababa de limpiar el vestíbulo y entré en la oficina para pasar por allí el aspirador; lo encontré, con los brazos colgando y la cabeza sobre la máquina de escribir. ¡El susto más grande que me he llevado en mi vida, les aseguro! Era un verdadero caballero, como no hay otro. Sólo ayer me dijo: —Señora Mudge (con esa agradable sonrisa que tenía), señora Mudge, hoy es un buen día. No había nada que reprochar al señor Tudor. El mejor caballero que…

—No lo dudo —asintió Martin—. Voy en seguida para allá. Es mejor que usted se quede aquí entretanto, señora Mudge. Jim, ¿quieres ponerte en contacto con el jefe? Probablemente ordene que vaya otro, por no tener confianza en un simple sargento, como yo.

—Imagínese él, atacado —decía la señora Mudge moviendo la cabeza de arriba abajo—. ¡Un caballero tan bueno!

—Así dice usted —afirmó Martin.



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